martes, 23 de marzo de 2010

Pequeñas perlas que una encuentra entre los libros

No es que tengan nada que ver, pero se me han ido acumulando y no tengo tiempo para ponerlos por separado, asi que les transmito algunos textos que he encontrado entre los libros que voy leyendo, algunas maravillas que me hicieron doblar la esquina de la página casi inconscientemente mientras seguía leyendo. Disfruten!

Luego se calmó y no sólo cesó de llorar, sino que retuvo el aliento y todo él se puso a escuchar; pero era como si escuchara, no el sonido de una voz real, sino la voz de su alma, el curso de sus pensamientos que fluía dentro de sí.
-¿Qué es lo que quieres? -fue el primer concepto claro que oyó, el primero capaz de traducirse en palabras-. ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué es lo que quieres? -se repitió a sí mismo-. ¿Qué quiero? Quiero no sufrir. Vivir -se contestó.
Y volvió a escuchar con atención tan reconcentrada que ni siquiera el dolor le distrajo.
-¿Vivir? ¿Cómo vivir? -preguntó la voz del alma.
-Sí, vivir como vivía antes: bien y agradablemente.
-¿Como vivías antes? ¿Bien y agradablemente? -preguntó la voz. y él empezó a repasar en su magín los mejores momentos de su vida agradable. Pero, cosa rara, ninguno de esos mejores momentos de su vida agradable le parecían ahora lo que le habían parecido entonces; ninguno de ellos, salvo los primeros recuerdos de su infancia. Allí, en su infancia, había habido algo realmente agradable, algo con lo que sería posible vivir si pudiese volver. Pero el niño que había conocido ese agrado ya no existía; era como un recuerdo de otra persona.
Tan pronto como empezó la época que había resultado en el Ivan Ilich actual, todo lo que entonces había parecido alborozo se derretía ahora ante sus ojos y se trocaba en algo trivial y a menudo mezquino.
Y cuanto más se alejaba de la infancia y más se acercaba al presente, más triviales y dudosos eran esos alborozos. Aquello empezó con la Facultad de Derecho, donde aún había algo verdaderamente bueno: había alegría, amistad, esperanza. Pero en las clases avanzadas ya eran raros esos buenos momentos. Más tarde, cuando en el primer período de su carrera estaba al servicio del gobernador, también hubo momentos agradables: eran los recuerdos del amor por una mujer. Luego todo eso se tornó confuso y hubo menos de lo bueno, menos más adelante, y cuanto más adelante menos todavía.
Su casamiento... un suceso imprevisto y un desengaño, el mal olor de boca de su mujer, la sensualidad y la hipocresía. Y ese cargo mortífero y esas preocupaciones por el dinero... y así un año, y otro, y diez, y veinte, y siempre lo mismo. Y cuanto más duraba aquello, más mortífero era. «Era como si bajase una cuesta a paso regular mientras pensaba que la subía. Y así fue, en realidad. Iba subiendo en la opinión de los demás, mientras que la vida se me escapaba bajo los pies... Y ahora todo ha terminado, iY a morir!»
«Y eso qué quiere decir? ¿A qué viene todo ello? No puede ser. No puede ser que la vida sea tan absurda y mezquina. Porque si efectivamente es tan absurda y mezquina, ¿por qué habré de morir, y morir con tanto sufrimiento? Hay algo que no está bien.»
«Quizá haya vivido como no debía -se le ocurrió de pronto-. ¿Pero cómo es posible, cuando lo hacía todo como era menester?»se contestó a sí mismo, y al momento apartó de sí, como algo totalmente imposible, esta única explicación de todos los enigmas de la vida y la muerte.
«Entonces qué quieres ahora? ¿Vivir? ¿Vivir cómo? ¿Vivir como vivías en los tribunales cuando el ujier del juzgado anunciaba: "¡Llega el juez..." Llega el juez, llega el juez -se repetía a sí mismo-. Aquí está ya. ¡Pero si no soy culpable! -exclamó enojado-. ¿Por qué?» Y dejó de llorar, pero volviéndose de cara a la pared siguió haciéndose la misma y única pregunta: ¿Por qué, a qué viene todo este horror?
Pero por mucho que preguntaba no daba con la respuesta. Y cuando surgió en su mente, como a menudo acontecía, la noción de que todo eso le pasaba por no haber vivido como debiera, recordaba la rectitud de su vida y rechazaba esa peregrina idea.

[...]

-Éste es el fin! -dijo alguien a su lado.
Él oyó estas palabras y las repitió en su alma. «Éste es el fin de la muerte» -se dijo-. «La muerte ya no existe.» Tomó un sorbo de aire, se detuvo en medio de un suspiro, dio un estirón y murió.

La muerte de Iván Ilich
Lev Tolstoi


Le bronze… eh bien, voici le moment. Le bronze est là, je le contemple et je le comprends que je suis en enfer. Je vous dis que tout était prévu. Ils avaient prévu que je me tiendrais devant cette cheminée, pressant me main sur ce bronze, avec tous ces regards sur moi. Tous ces regards qui me mangent… Ha! Vous n’êtes que deux? Je vous croyais plus nombreuses. (Il rit.) Alors, c’est ça l’enfer. Je n’aurais jamais cru…Vous vous rappelez : le souffre, le bûcher, le gril …Ah! Quelle plaisanterie. Pas besoin de gril : l’enfer, c’est les Autres.

Huis clos
Jean-Paul Sartre


Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan. Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad.
Sin embargo, cuán tentada me siento ahora de hacerlo.

La elegancia del erizo
Muriel Barbery


6 de diciembre
¡Cómo me persigue su imagen! ¡Que vele o que sueñe ella llena toda mi alma! Aquí, cuando cierro los ojos, aquí en mi frente, donde se concentra la fuerza visual interna, están encerrados sus negros ojos. ¡Aquí!, no sé cómo expresártelo. Cierro mis ojos y allí están los suyos. Como un mar, como un abismo descansan ante mí y en mí, ocupando todos los sentidos de mi mente.
¿Qué es el hombre, este semidiós tan ensalzado? ¿No le faltan las fuerzas precisamente allí donde más las necesita? Y cuando bate sus alas con alegría o se sumerge en el dolor, ¿no se siente detenido en ambos y es devuelto de nuevo a su obtusa y fría condición cuando más anhelaba perderse en la plenitud del infinito?

Las desventuras del joven Werther
J. Wolfgang von Goethe


Debussy por variar un poco.

Aquí me tienen de nuevo en menos de dos semanas.

1 comentario:

William Tea dijo...

Magníficos gustos literarios.