lunes, 3 de mayo de 2010

Del espíritu de la pesadez


Quien algún día enseñe a los hombres a volar, ése habrá cambiado de sitio todos los mojones; para él los propios mojones volarán por el aire y él bautizará de nuevo a la tierra, llamándola - «La Ligera».
El avestruz corre más rápido que el más rápido caballo, pero también esconde pesadamente la cabeza en la pesada tierra: así hace también el hombre que aún no puede volar.
Pesadas son para él la tierra y la vida; ¡y así lo quiere el espíritu de la pesadez! Mas quien quiera hacerse ligero y transformarse en un pájaro tiene que amarse a sí mismo: - así enseño yo.
No, ciertamente, con el amor de los enfermos y calenturientos: ¡pues en ellos hasta el amor propio exhala mal olor!
Hay que aprender a amarse a sí mismo - así enseño yo - con un amor saludable y sano: a soportar estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.
Semejante vagabundeo se bautiza a sí mismo con el nombre de «amor al prójimo»: con esta expresión se han dicho hasta ahora las mayores mentiras y se han cometido las mayores hipocresías, y en especial lo han hecho quienes caían pesados a todo el mundo.
Y en verdad, no es un mandamiento para hoy y para mañana el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la más delicada, la más sagaz, la última y la más paciente:
A quien tiene algo, en efecto, todo lo que él tiene suele estarle bien oculto; y de todos los tesoros es el propio el último que se desentierra, - así lo procura el espíritu de la pesadez.
Ya casi en la cuna se nos dota de palabras y de valores pesados: «bueno» y «malvado»- así se llama esa dote. Y en razón de ella se nos perdona que vivamos.
Y dejamos que los niños pequeños vengan a nosotros para impedirles a tiempo que se amen a sí mismos: así lo procura el espíritu de la pesadez.
Y nosotros - ¡nosotros llevamos fielmente cargada la dote que nos dan, sobre duros hombros y por ásperas montañas! Y si sudamos, se nos dice: «¡Sí, la vida es una carga pesada!»
¡Pero sólo el hombre es para sí mismo una carga pesada! Y esto porque lleva cargadas sobre sus hombros demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar bien.
Sobre todo el hombre fuerte, de carga, en el que habita la veneración: demasiadas pesadas palabras ajenas y demasiados pesados valores ajenos carga sobre sí, - ¡entonces la vida le parece un desierto!
¡Y en verdad! ¡También algunas cosas propias son una carga pesada! ¡Y muchas de las cosas que residen en el interior del hombre son semejantes a la ostra, es decir, nauseabundas y viscosas y difíciles de agarrar -,
- de tal modo que tiene que intervenir en su favor una concha noble, con nobles adornos. Y también hay que aprender este arte: ¡el de tener una concha, y una hermosa apariencia, y una inteligente ceguera!
Una y otra vez nos engañamos acerca de algunas cosas humanas por el hecho de que más de una concha es mezquina y triste y demasiado concha. Mucha bondad y mucha fuerza ocultas no las adivinaremos jamás; ¡los más exquisitos bocados no encuentran quien los sepa saborear!
Las mujeres saben esto, las más exquisitas: un poco más gruesas, un poco más delgadas - ¡oh, cuánto destino depende de tan poca cosa!
El hombre es difícil de descubrir, y descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu miente a propósito del alma. Así lo procura el espíritu de la pesadez.
Mas a sí mismo se ha descubierto quien dice: éste es mi bien y éste es mi mal: con ello ha hecho callar al topo y enano que dice: «bueno para todos, malvado para todos».
En verdad, tampoco me agradan aquellos para quienes cualquier cosa es buena e incluso este mundo es el mejor. A éstos los llamo los omnicontentos.
Omnicontentamiento que sabe sacarle gusto a todo: ¡no es éste el mejor gusto! Yo honro las lenguas y los estómagos rebeldes y selectivos, que aprendieron a decir «yo» y «sí» y «no».
Pero masticar y digerir todo - ¡ésa es realmente cosa propia de cerdos! Decir siempre sí - ¡esto lo ha aprendido únicamente el asno y quien tiene su mismo espíritu! -.
El amarillo intenso y el rojo ardiente: eso es lo que mi gusto quiere, - él mezcla sangre con todos los colores. Mas quien blanquea su casa me delata un alma blanqueada.
De momias se enamoran unos, otros, de fantasmas; y ambos son igualmente enemigos de toda carne y de toda sangre - ¡oh, cómo repugnan ambos a mi gusto! Pues yo amo la sangre.
Y no quiero habitar ni residir allí donde todo el mundo esputa y escupe: éste es mi gusto, - preferiría vivir entre ladrones y perjuros. Nadie lleva oro en la boca.
Pero aún más repugnantes me resultan todos los que lamen servilmente los salivazos; y el más repugnante bicho humano que he encontrado lo bauticé con el nombre de parásito: éste no ha querido amar, pero sí vivir del amor.
Desventurados llamo yo a todos los que sólo tienen una elección: la de convertirse en animales malvados o en malvados domadores de animales: junto a ellos no levantaría yo mis tiendas.
Desventurados llamo yo a todos aquellos que siempre tienen que aguardar, - repugnan a
mi gusto: todos los aduaneros y tenderos y reyes y otros guardianes de países y de comercios.
En verdad, también yo aprendí a aguardar, y a fondo, - pero sólo a aguardarme a mí. Y
aprendí a tenerme en pie y a caminar y a correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas.
Y ésta es mi doctrina: quien quiera aprender alguna vez a volar tiene que aprender primero a tenerse en pie y a caminar y a correr y a trepar y a bailar: - ¡el volar no se coge al vuelo!
Con escalas de cuerda he aprendido yo a escalar más de una ventana, con ágiles piernas he trepado a elevados mástiles: estar sentado sobre elevados mástiles del conocimiento no me parecía bienaventuranza pequeña, -
- flamear como llamas pequeñas sobre elevados mástiles: siendo, ciertamente, una luz pequeña, ¡pero un gran consuelo, sin embargo, para navegantes y náufragos extraviados! -
Por muchos caminos diferentes y de múltiples modos llegué yo a mi verdad; no por una única escala ascendí hasta la altura desde donde mis ojos recorren el mundo.
Y nunca me ha gustado preguntar por caminos, - ¡esto repugna siempre a mi gusto! Prefería preguntar y someter a prueba a los caminos mismos.
Un ensayar y un preguntar fue todo mi caminar: - ¡y en verdad, también hay que aprender a responder a tal preguntar! Éste - es mi gusto:
- no un buen gusto, no un mal gusto, pero sí mi gusto, del cual ya no me avergüenzo ni lo oculto.
«Éste - es mi camino, - ¿dónde está el vuestro?», así respondía yo a quienes me preguntaban «por el camino». ¡El camino, en efecto, - no existe!

Así habló Zaratustra.


Friedrich Nietzsche
Así habló Zaratustra

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