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martes, 9 de julio de 2013

Cosmología

Creo, sin embargo, que al menos existe un problema filosófico por el que se interesan todos los hombres que reflexionan: es el de la cosmología, el problema de entender el mundo... incluidos nosotros y nuestro conocimiento como parte de él. Creo que toda ciencia es cosmología, y, en mi caso, el único interés de la filosofía, no menos que el de la ciencia, reside en los aportes que ha hecho a aquella; en todo caso, tanto la filosofía como la ciencia perderían todo su atractivo para mí si abandonasen tal empresa.

Karl Popper
La lógica de la investigación científica

viernes, 28 de junio de 2013

domingo, 2 de diciembre de 2012

domingo, 24 de junio de 2012

¿Peso o levedad?

La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido va, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?
 El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.
 Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.
 Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
 No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?
 Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.

 Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).
 Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
Pero ¿es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
 La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
 Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.
 Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?
 Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad? Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Para qué sirve la filosofía?

Cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación invita a celebrar el día mundial de la filosofía, bueno es recordar que el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos precisa que "la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad".

Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se den las condiciones sociales de su cumplimiento. Baste mencionar el articulado de la Constitución española según el cual todo ciudadano tiene derecho a una vivienda digna. Sin embargo, tratándose del evocado derecho universal se da el problema añadido de que ni siquiera se toma realmente en serio lo que implica una educación integral, una educación que garantice el desarrollo efectivo de la personalidad.


Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar la tesis platónica según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino fertilizarlas, ayudar a que se desplieguen las facultades intelectivas y creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o a la tarea artística, pero, sin embargo, cada uno de los humanos se halla concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu también es cosa suya. Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este derecho.

El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes. Para un investigador en física los principios del formalismo cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha dicho que en tales principios se pone en tela de juicio la idea que nos hacemos del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no los obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.

Afirmar la universalidad de la disposición filosófica implica que las interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han visto forzados a repudiar de sus vidas, están al alcance de toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de entrada ser una persona culta y menos aún una persona erudita. La filosofía tiene sus problemas específicos, archivados en los grandes textos de su historia, pero tales problemas son el resultado de que el ser humano ha experimentado siempre una suerte de estupor ante la naturaleza y ante su propia existencia, estupor que le lleva a interrogarse, traduciendo sus vacilaciones y respuestas en conceptos y símbolos.

Pues, al igual que Descartes, Kant, Heisenberg o Einstein, ¿quién no se ha preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los cuales en apariencia tienen una percepción de tal realidad coincidente con la suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más importantes.

Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona es susceptible de sentirse interpelada por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría a dotarse de los elementos de información precisos para abordarla. Cosa que ya ha hecho alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que la vida no estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.

Es un desprecio a los ciudadanos considerar la vida del espíritu como cosa de minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente, el asunto tiene implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una educación que empuje a una actitud filosófica es ya una cuestión de compromiso.

Cuando hace unos meses un importante consejero de Gobierno autonómico promulgaba una educación superior pública adaptada al mercado, explicitando que el propenso al estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo", no solo estaba despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es decir, la matriz de nuestra cultura.

Lo democrático de la filosofía reside en la tesis, enunciada por Aristóteles, de que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.

Víctor Gómez Pin es catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona

El País 13/11/2011

lunes, 4 de abril de 2011

Persona y democracia

Sólo sabiendo movernos en el tiempo podemos ser efectivamente libres, es decir, saber ejercer nuestra inexorable libertad. Pues el hombre está sometido en principio a la libertad y al tiempo.

Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.

María Zambrano
Persona y democracia

sábado, 15 de enero de 2011

¿Libre para qué?



¿Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Deténte un poco y escúchame.
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros», eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillando sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío aún mayor. ¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciarme con claridad: ¿libre para qué?


Friedrich Nietzsche
Así habló Zaratustra

sábado, 11 de diciembre de 2010

Filosofía a lo Woody Allen

La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente una cucharadita del mismo sobre mi pie fracturándome varios pequeños huesos. Acudieron los médicos, hicieron y examinaron radiografías y me ordenaron un mes de cama. Durante la convalecencia, me concentré en la obra de algunos de los pensadores más eximios de Occidente -una pila de libros que yo había seleccionado para eventualidades como ésta. No presté atención al orden cronológico y empecé por Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como me había temido; en cambio, me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una observación típicamente lwninosa de Kierkegaard: «Semejante relación, que se relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí misma, o ha sido constituida por otra». El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades para escribir dos frases coherentes sobre «Un día en el zoo».) La verdad es que el pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da si Kierkegaard se lo había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo que siempre había querido hacer: tomé mi bolígrafo y empecé en el acto a garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra avanzó aprisa y en sólo dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica que espero no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año 3000 (lo que ocurra primero) y que modestamente creo me asegurará un lugar privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la posteridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza.


I. Crítica de la sinrazón pura

Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿Qué podemos saber? Es decir, qué podemos estar seguros de saber, o seguros de que sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo «cognoscible». ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: «Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas». Por «cognoscible», dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien aquello que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o por lo menos algo que puedas mencionar a un amigo.
¿Podemos en realidad «conocer» el universo? Dios santo, no perderse en Chinatown ya es bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá algo allá fuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por último, no cabe duda de que la característica de la «realidad» es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña.) Por lo tanto, el dictum cartesiano, «Pienso, luego existo», podría expresarse mejor por «¡Eh, allí va Edna con el saxofón!». Así pues, para conocer una sustancia o una idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado finito, que están en, o son realmente «la misma cosa», o «de la cosa misma», o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la epistemología.


II. La dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona

Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que "a esta sustancia la llamamos «átomo», o también «mónada». Demócrito la denominó átomo. Leibnitz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas «partículas» fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizá comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que le persiguen los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es «tan ridícula que ni siquiera es graciosa («Graciosa»). Schopenhauer llamó a esto «voluntad», pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no era Mozart.


III. El cosmos por cinco dólares al día

¿Qué es, entonces, lo «bello»? ¿La fusión de la armonía con lo justo, o la fusión de la armonía con algo que sólo se parece a «lo justo»? Quizá la armonía se haya fundido con «la costra terrestre» y eso es lo que nos ha estado dando tantos problemas. La verdad, podemos estar seguros, es la belleza -o «lo necesario». Es decir, lo que es bueno, o que posee las Cualidades de «lo bueno», da como resultado «la verdad». Si no lo da, siempre puedes apostar a que la cosa no es bella, aunque aún puede que sea impermeable. Estoy empezando a pensar que tenía razón antes y que todo tendría que fusionarse con la costra. Ah, bueno.


Dos parábolas

Un hombre se acerca a un palacio. La única entrada está guardada por unos fieros hunos que sólo dejan pasar a hombres llamados Julius. El hombre trata de sobornar a los guardias ofreciéndoles por un año las mejores partes del pollo. Ellos ni se burlan de su oferta ni la aceptan, sino que simplemente lo cogen por la nariz y se la tuercen hasta que parezca un tornillo. El hombre dice que tiene que entrar a la fuerza en el palacio porque le trae al emperador una muda de calzoncillos. Al ver que los guardias siguen negándose, el hombre empieza a bailar el charleston. Ellos parecen divertirse con su baile, pero pronto se ponen tristes por el trato que el gobierno federal otorga a los navajos. Sin aliento, el hombre se derrumba. Muere sin haber visto al emperador y dejando una deuda de sesenta dólares a los de la Steinway por un piano que les había alquilado en agosto.

Me entregan un mensaje para un general. Cabalgo y cabalgo, pero el cuartel general del general parece distanciarse siempre más. Por último, se arroja sobre mí una gigantesca pantera negra que me devora la mente y el corazón. Me paso la tarde terriblemente angustiado. Por más que lo intente, no puedo llegar al general a quien veo corriendo a lo lejos en shorts y musitando la palabra «nuez moscada» a sus enemigos.


Aforismos

Es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, además, cantar una canción.

***

El universo no es más que una idea transitoria en la mente de Dios. Es un hermoso pensamiento, aunque bastante incómodo, sobre todo si acabas de pagar el anticipo de una casa.

***

La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión.

***

¡Ojalá viviera Dionisios! ¿Dónde comería?

***

No sólo no hay Dios, sino que ¡intenta conseguir un electricista en un fin de semana!

Woody Allen
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura




jueves, 23 de septiembre de 2010

¿Es Dios un matemático?

El astrofísico Mario Livio, autor de diversas obras, acaba de publicar el libro ¿Es Dios un matemático?, en el que trata de dar respuesta a una importante cuestión: ¿existen leyes matemáticas en la Naturaleza o, por el contrario, es nuestro cerebro el que las crea? A lo largo de la historia se ha intentado resolver este enigma, tal y como demuestra el autor en una revisión histórica que va desde Platón hasta la teoría del multiverso. Livio, por su parte, propone distinguir entre descubrimiento e invención: por un lado, hay conceptos matemáticos que han sido inventados pero, por otro, las matemáticas reflejarían una parte de las propiedades de la Naturaleza. En cuanto a Dios, y a pesar del título del libro, el autor señala que las matemáticas hace tiempo que han dejado de buscar su demostración, aunque no renuncian al concepto de infinito.

Mario Livio es un astrofísico del Hubble Space Telescope Science Institute de Estados Unidos que ha escrito varios libros como "La ecuación jamás resuelta" o "La proporción áurea". En su última obra, publicada a principios de este mismo año bajo el título "Is God a Mathematician?" (¿Es Dios un matemático?), Livio trata de dar respuesta a la cuestión de si las matemáticas preexisten en la Naturaleza, independientemente del cerebro humano o, por el contrario, son una construcción de éste.

Desde la antigüedad y hasta hoy, los científicos y los filósofos se han maravillado de cómo una disciplina tan aparentemente abstracta es capaz de explicar de una forma tan perfecta el mundo natural. Por ejemplo, a menudo, los matemáticos han podido hacer predicciones sobre partículas subatómicas o fenómenos cósmicos desconocidos en ese momento, que posteriormente han quedado demostrados.

La cuestión es ¿las matemáticas se inventan o se descubren? Si, como Einstein insistió, las matemáticas son un producto del pensamiento humano, independiente de la experiencia, ¿cómo puede ser que describan e incluso predigan el mundo que nos rodea?


martes, 14 de septiembre de 2010

Opus nigrum


- Sempiterna Temptatio - dijo Zenón -. A menudo me digo que nada en el mundo, salvo un orden eterno o una extraña veleidad de la materia por superarse, me explica el porqué de mi esfuerzo por pensar cada día con un poco más de claridad que el día anterior.

Permanecía sentado, con la barbilla agachada, en el cuarto invadido por el húmedo crepúsculo. El color rojo del fuego teñía sus manos manchadas de ácidos, marcadas en varios sitios con pálidas cicatrices de quemaduras y se veía que consideraba con atención aquellas extrañas prolongaciones del alma, aquellas grandes herramientas de carne que sirven para tomar contacto con todas las cosas.

— ¡Alabado sea yo! — dijo por fin con una especie de exaltación en la que Henri-Maximilien hubiese podido reconocer al Zenón ebrio de sueños mecánicos compartidos con Colas Gheel —. Nunca podré dejar de maravillarme de que esta carne sostenida por sus vértebras, este tronco unido a la cabeza por el istmo del cuello y que dispone simétricamente sus miembros en torno a él, contengan y quizá produzcan un espíritu que saca partido de mis ojos para ver y de mis movimientos para palpar... Conozco sus límites y sé que le faltará tiempo para llegar más allá, y asimismo fuerza, si por casualidad le fuera concedido el tiempo. Pero existe y, en estos momentos, él es Aquel que Es. Sé que se equivoca y yerra, que a menudo interpreta torcidamente las lecciones que el mundo le dispensa, pero también sé que hay en él algo que le permite conocer y en ocasiones rectificar sus propios errores. He recorrido al menos una parte de la bola del mundo en que nos hallamos; estudié el punto de fusión de los metales y la generación de las plantas; he observado los astros y examiné el interior de los cuerpos. Soy capaz de extraer de este tizón que ahora levanto la noción de peso, y de esas llamas la noción de calor. Sé que no sé lo que no sé; envidio a aquellos que sabrán más que yo, pero también sé que tendrán que medir, pesar, deducir y desconfiar de sus deducciones exactamente igual que yo, y ver en lo falso parte de lo verdadero, y tener en cuenta en lo verdadero la eterna mixtión de lo falso. Jamás me agarré a una idea por temor al desamparo en que caería sin ella. Nunca aliñé un hecho verdadero con la salsa de la mentira, para hacerme su digestión más fácil. Nunca deformé el parecer del adversario para llevar la razón más fácilmente, ni siquiera, durante el debate sobre el antimonio, el de Bombast, que no me lo agradeció. O más bien sí: me sorprendí haciéndolo y cada vez que esto ocurrió, me reñí a mí mismo como se riñe a un criado poco honrado, y no me devolví mi confianza hasta obtener de mí mismo la promesa de hacer las cosas mejor. He soñado mis sueños; no pretendo que sean más que sueños. Me guardé muy bien de hacer de la verdad un ídolo, prefiriendo dejarle su nombre más humilde de exactitud. Mis triunfos y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias distintas de la gloria y hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi a desconfiar de las palabras. Moriré un poco menos necio de lo que nací.

Marguerite Yourcenar
Opus nigrum

lunes, 3 de mayo de 2010

Del espíritu de la pesadez


Quien algún día enseñe a los hombres a volar, ése habrá cambiado de sitio todos los mojones; para él los propios mojones volarán por el aire y él bautizará de nuevo a la tierra, llamándola - «La Ligera».
El avestruz corre más rápido que el más rápido caballo, pero también esconde pesadamente la cabeza en la pesada tierra: así hace también el hombre que aún no puede volar.
Pesadas son para él la tierra y la vida; ¡y así lo quiere el espíritu de la pesadez! Mas quien quiera hacerse ligero y transformarse en un pájaro tiene que amarse a sí mismo: - así enseño yo.
No, ciertamente, con el amor de los enfermos y calenturientos: ¡pues en ellos hasta el amor propio exhala mal olor!
Hay que aprender a amarse a sí mismo - así enseño yo - con un amor saludable y sano: a soportar estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.
Semejante vagabundeo se bautiza a sí mismo con el nombre de «amor al prójimo»: con esta expresión se han dicho hasta ahora las mayores mentiras y se han cometido las mayores hipocresías, y en especial lo han hecho quienes caían pesados a todo el mundo.
Y en verdad, no es un mandamiento para hoy y para mañana el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la más delicada, la más sagaz, la última y la más paciente:
A quien tiene algo, en efecto, todo lo que él tiene suele estarle bien oculto; y de todos los tesoros es el propio el último que se desentierra, - así lo procura el espíritu de la pesadez.
Ya casi en la cuna se nos dota de palabras y de valores pesados: «bueno» y «malvado»- así se llama esa dote. Y en razón de ella se nos perdona que vivamos.
Y dejamos que los niños pequeños vengan a nosotros para impedirles a tiempo que se amen a sí mismos: así lo procura el espíritu de la pesadez.
Y nosotros - ¡nosotros llevamos fielmente cargada la dote que nos dan, sobre duros hombros y por ásperas montañas! Y si sudamos, se nos dice: «¡Sí, la vida es una carga pesada!»
¡Pero sólo el hombre es para sí mismo una carga pesada! Y esto porque lleva cargadas sobre sus hombros demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar bien.
Sobre todo el hombre fuerte, de carga, en el que habita la veneración: demasiadas pesadas palabras ajenas y demasiados pesados valores ajenos carga sobre sí, - ¡entonces la vida le parece un desierto!
¡Y en verdad! ¡También algunas cosas propias son una carga pesada! ¡Y muchas de las cosas que residen en el interior del hombre son semejantes a la ostra, es decir, nauseabundas y viscosas y difíciles de agarrar -,
- de tal modo que tiene que intervenir en su favor una concha noble, con nobles adornos. Y también hay que aprender este arte: ¡el de tener una concha, y una hermosa apariencia, y una inteligente ceguera!
Una y otra vez nos engañamos acerca de algunas cosas humanas por el hecho de que más de una concha es mezquina y triste y demasiado concha. Mucha bondad y mucha fuerza ocultas no las adivinaremos jamás; ¡los más exquisitos bocados no encuentran quien los sepa saborear!
Las mujeres saben esto, las más exquisitas: un poco más gruesas, un poco más delgadas - ¡oh, cuánto destino depende de tan poca cosa!
El hombre es difícil de descubrir, y descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu miente a propósito del alma. Así lo procura el espíritu de la pesadez.
Mas a sí mismo se ha descubierto quien dice: éste es mi bien y éste es mi mal: con ello ha hecho callar al topo y enano que dice: «bueno para todos, malvado para todos».
En verdad, tampoco me agradan aquellos para quienes cualquier cosa es buena e incluso este mundo es el mejor. A éstos los llamo los omnicontentos.
Omnicontentamiento que sabe sacarle gusto a todo: ¡no es éste el mejor gusto! Yo honro las lenguas y los estómagos rebeldes y selectivos, que aprendieron a decir «yo» y «sí» y «no».
Pero masticar y digerir todo - ¡ésa es realmente cosa propia de cerdos! Decir siempre sí - ¡esto lo ha aprendido únicamente el asno y quien tiene su mismo espíritu! -.
El amarillo intenso y el rojo ardiente: eso es lo que mi gusto quiere, - él mezcla sangre con todos los colores. Mas quien blanquea su casa me delata un alma blanqueada.
De momias se enamoran unos, otros, de fantasmas; y ambos son igualmente enemigos de toda carne y de toda sangre - ¡oh, cómo repugnan ambos a mi gusto! Pues yo amo la sangre.
Y no quiero habitar ni residir allí donde todo el mundo esputa y escupe: éste es mi gusto, - preferiría vivir entre ladrones y perjuros. Nadie lleva oro en la boca.
Pero aún más repugnantes me resultan todos los que lamen servilmente los salivazos; y el más repugnante bicho humano que he encontrado lo bauticé con el nombre de parásito: éste no ha querido amar, pero sí vivir del amor.
Desventurados llamo yo a todos los que sólo tienen una elección: la de convertirse en animales malvados o en malvados domadores de animales: junto a ellos no levantaría yo mis tiendas.
Desventurados llamo yo a todos aquellos que siempre tienen que aguardar, - repugnan a
mi gusto: todos los aduaneros y tenderos y reyes y otros guardianes de países y de comercios.
En verdad, también yo aprendí a aguardar, y a fondo, - pero sólo a aguardarme a mí. Y
aprendí a tenerme en pie y a caminar y a correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas.
Y ésta es mi doctrina: quien quiera aprender alguna vez a volar tiene que aprender primero a tenerse en pie y a caminar y a correr y a trepar y a bailar: - ¡el volar no se coge al vuelo!
Con escalas de cuerda he aprendido yo a escalar más de una ventana, con ágiles piernas he trepado a elevados mástiles: estar sentado sobre elevados mástiles del conocimiento no me parecía bienaventuranza pequeña, -
- flamear como llamas pequeñas sobre elevados mástiles: siendo, ciertamente, una luz pequeña, ¡pero un gran consuelo, sin embargo, para navegantes y náufragos extraviados! -
Por muchos caminos diferentes y de múltiples modos llegué yo a mi verdad; no por una única escala ascendí hasta la altura desde donde mis ojos recorren el mundo.
Y nunca me ha gustado preguntar por caminos, - ¡esto repugna siempre a mi gusto! Prefería preguntar y someter a prueba a los caminos mismos.
Un ensayar y un preguntar fue todo mi caminar: - ¡y en verdad, también hay que aprender a responder a tal preguntar! Éste - es mi gusto:
- no un buen gusto, no un mal gusto, pero sí mi gusto, del cual ya no me avergüenzo ni lo oculto.
«Éste - es mi camino, - ¿dónde está el vuestro?», así respondía yo a quienes me preguntaban «por el camino». ¡El camino, en efecto, - no existe!

Así habló Zaratustra.


Friedrich Nietzsche
Así habló Zaratustra

domingo, 14 de febrero de 2010

La náusea


Dan las cuatro. Hace una hora que estoy aquí, en la silla, con los brazos colgando. Comienza a oscurecer. Fuera de esto nada ha cambiado en el cuarto: el papel blanco sigue en la mesa, al lado de la estilográfica y el tintero... Pero nunca más escribiré en la hoja empezada. Nunca más me dirigiré por la calle des Mutilés y el bulevar de la Redoute a la biblioteca para consultar los archivos.
Tengo ganas de dar un salto y salir, tengo ganas de hacer cualquier cosa para aturdirme. Pero bien sé lo que me sucederá si levanto un dedo, si no me estoy absolutamente tranquilo. No quiero que eso me suceda todavía. Siempre vendrá demasiado pronto. No me muevo; leo maquinalmente, en la hoja del block, el párrafo que dejé inconcluso:
“Se difundieron de intento los más siniestros rumores. M. de Rollebon debió
de caer en el lazo, pues escribió a su sobrino, con fecha trece de setiembre, que
acababa de redactar su testamento.”
El gran asunto Rollebon ha terminado, como una gran pasión. Habrá que buscar otra cosa. Hace unos años, en Shangái, en el despacho de Mercier, de improviso salí de un sueño, me desperté. Después soñé de nuevo: vivía en la corte de los zares, en viejos palacios tan fríos que en invierno se formaban estalactitas de hielo encima de las puertas. Hoy me despierto frente a un block de papel blanco. Los blandones, las fiestas glaciales, los uniformes, los bellos hombros temblorosos han desaparecido. En su lugar algo queda en el cuarto tibio, algo que no quiero ver.
M. de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo lo necesitaba para no sentir mi ser. Yo proporcionaba la materia bruta, esa materia bruta que tenía para la reventa, con la cual no sabía qué hacer: la existencia, mi existencia. Su parte era representar. Permanecía frente a mí y se había apoderado de mi vida para representarme la suya. Yo ya no me daba cuenta de que existía, ya no existía en mí sino en él; por él comía, por él respiraba, cada uno de mis movimientos tenía sentido afuera, allí, justo frente a mí, en él; ya no veía mi mano trazando las letras en el papel, ni siquiera la frase que había escrito; detrás, más allá del papel, veía al marqués que había reclamado este gesto, cuya existencia consolidaba este gesto. Yo era sólo un medio de hacerlo vivir, él era mi razón de ser, me había librado de mí. ¿Qué haré ahora?
Sobre todo no moverse, no moverse... ¡Ah!
No pude contener ese encogimiento de hombros...
La Cosa, que aguardaba, se ha dado la voz de alarma, me ha caído encima, se escurre en mí, estoy lleno de ella. La Cosa no es nada: La Cosa soy yo. La existencia liberada, desembarazada, refluye sobre mí. Existo.
Existo. Es algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve; como si se mantuviera solo en el aire. Se mueve. Por todas partes, roces que caen y se desvanecen. Muy suave, muy suave. Tengo la boca llena de agua espumosa. La trago, se desliza por mi garganta, me acaricia y renace en mi boca. Hay permanentemente en mi boca un charquito de agua blancuzca —discreta— que me roza la lengua. Y ese charco también soy yo. Y la lengua. Y la garganta soy yo.
Veo mi mano que se extiende en la mesa. Vive, soy yo. Se abre, los dedos se despliegan y apuntan. Está apoyada en el dorso. Me muestra su vientre gordo. Parece un animal boca arriba. Los dedos son las patas. Me divierto haciéndolos mover muy rápido, como las patas de un cangrejo que ha caído de espaldas. El cangrejo está muerto, las patas se encogen, se doblan sobre el vientre de mi mano. Veo las uñas, la única cosa mía que no vive. Y de nuevo. Mi mano se vuelve, se extiende boca abajo, me ofrece ahora el dorso. Un dorso plateado, un poco brillante, como un pez si no fuera por los pelos rojos en el nacimiento de las falanges. Siento mi mano. Yo soy esos dos animales que se agitan en el extremo de mis brazos. Mi mano rasca una de sus patas con la uña de otra pata; siento su peso sobre la mesa, que no es yo. Esta impresión de peso es larga, larga, no termina nunca. No hay razón para que termine. Al final es intolerable... Retiro la mano, la meto en el bolsillo. Pero siento en seguida, a través de la tela, el calor del muslo. De inmediato hago saltar la mano del bolsillo; la dejo colgando contra el respaldo de la silla. Ahora siento su peso en el extremo de mi brazo. Tira un poco, apenas, muellemente, suavemente; existe. No insisto; dondequiera que la meta continuará existiendo y yo continuaré sintiendo que existe; no puedo suprimirla ni suprimir el resto de mi cuerpo, el calor húmedo que ensucia mi camisa, ni toda esta grasa cálida que gira perezosamente como si la revolvieran con la cuchara, ni todas las sensaciones que se pasean aquí dentro, que van y vienen, suben desde mi costado hasta la axila, o bien vegetan dulcemente, de la mañana a la noche, en su rincón habitual.
Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción: “Tengo que termi... Yo ex... Muerto... M. de Roll ha muerto... No soy... Yo ex... ” Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que lo otro, por que me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh qué larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo muy despacito... ¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo... y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca?
Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento —es atroz— si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza... si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entero y renueva mi existencia.
Mi saliva está azucarada, mi cuerpo tibio; me siento insulso. Mi cortaplumas está sobre la mesa. Lo abro. ¿Por qué no? De todos modos, así introduciría algún cambio. Apoyo la mano izquierda en el anotador y me asesto un buen navajazo en la palma. El movimiento fue demasiado nervioso; la hoja se ha deslizado, la herida es superficial. Sangra. ¿Y qué? ¿Qué es lo que ha cambiado? Sin embargo miro con satisfacción en la hoja blanca, a través de las líneas que tracé hace un rato, ese charquito de sangre que por fin ha cesado de ser yo. Cuatro líneas en una hoja blanca, una mancha de sangre: es un hermoso recuerdo. Tendré que escribir encima: “Ese día renuncié a escribir mi libro sobre el marqués de Rollebon”.
¿Me curaré la mano? Vacilo. Miro el ligero fluir monótono de la sangre. Justamente ahora se coagula. Se acabó.
Mi piel parece enmohecida alrededor del tajo. Debajo de la piel sólo queda una pequeña sensación semejante a las otras, quizá más insulsa todavía.

Dan las cinco y media. Me levanto, la camisa fría se me pega a la carne. Salgo. ¿Por qué? Bueno, porque tampoco tengo razones para no hacerlo. Aunque me quede, aunque me acurruque en silencio en un rincón, no me olvidaré. Estaré allí, pesaré sobre el piso. Soy.
Compro un diario al pasar. Sensacional. ¡Fue hallado el cuerpo de la pequeña Lucienne! Olor a tinta, el papel se aja entre mis dedos. El innoble individuo ha huido. La niña fue violada. Hallaron su cuerpo, sus dedos crispados en el barro. Estrujo el papel con mis dedos crispados; olor a tinta; Dios mío, con qué fuerza existen hoy las cosas. La pequeña Lucienne fue violada. Estrangulada. Su cuerpo, su carne magullada, existen aún. Ella ya no existe. Sus manos. Ella ya no existe. Las casas. Camino entre las casas, estoy entre las casas, muy derecho en el pavimento; el pavimento existe bajo mis pies, las casas vuelven a cerrarse sobre mí, como el agua se cierra sobre mí, sobre el papel arrugado, soy. Soy, existo, pienso luego soy; soy porque pienso, ¿por qué pienso? No quiero pensar más, soy porque pienso que no quiero ser, pienso que... porque... ¡puf! Huyo, el innoble individuo ha huido, su cuerpo violado. Ella sintió esa otra carne que se deslizaba en la suya. Yo... ahora yo... Violada. Un dulce deseo sangriento de violación me atrapa por detrás, dulcemente, por detrás de las orejas, las orejas corren tras de mí, el pelo rojo, el pelo es rojo en mi cabeza, hierba mojada, hierba rojiza, ¿también soy yo? ¿Y el diario también soy yo? sujetar el diario, existencia junto a existencia, las cosas existen unas junto a otras, suelto el diario. La casa surge, existe frente a mí; camino a lo largo de la pared; existo a lo largo de la pared, existo frente a la pared, un paso, el muro existe frente a mí, uno dos, detrás de mí, el muro está detrás de mí, un dedo que rasca en mi calzoncillo, rasca, rasca y saca el dedo de la niña manchado de barro, el barro en mi dedo que salía del arroyo barroso y vuelve a caer despacito, despacito, se ablandaba, rascaba con menos fuerza; los dedos de la niña a la que estaban estrangulando, innoble individuo, rascaban con menos fuerza el barro, la tierra, el dedo se desliza despacito, primero cae la cabeza, caricia caliente contra mi muslo; la existencia es blanda y rueda y se zarandea, yo me zarandeo entre las casas, soy, existo, pienso, luego me zarandeo, soy, la existencia es una caída acabada, no caerá, caerá, el dedo rasca en un tragaluz, la existencia es una imperfección. El señor. El señor guapo existe. El señor siente que existe. No, el señor guapo que pasa, orgulloso y dulce como un volúbilis, no siente que existe. Expandirse; me duele la mano cortada, existe, existe, existe. El señor guapo existe. Legión de Honor existe, bigote, eso es todo; qué felicidad ser tan sólo la cinta de la Legión de Honor y un bigote, y el resto nadie lo ve, él ve los dos extremos puntiagudos de su bigote a ambos lados de la nariz; no pienso, luego soy un bigote. No ve ni su cuerpo magro ni sus grandes pies; hurgando en el fondo del pantalón se descubriría un par de gomitas grises. Tiene la cinta de la Legión de Honor, los Cochinos tienen derecho a existir: “existo porque es mi derecho” Yo tengo derecho a existir, luego tengo derecho a no pensar; el dedo se levanta. ¿Acaso
voy...? ¿acariciar entre las sábanas blancas desplegadas la carne desplegada que cae otra vez, dulce, tocar los trasudores florecidos de las axilas, los elixires y los licores y las florescencias de la carne, entrar en la existencia del otro, en las mucosas rojas, hasta el pesado, dulce, dulce olor a existencia, sentirme existir entre los dulces labios mojados, los labios rojos de sangre pálida, los labios palpitantes que bostezan todos mojados de existencia, todos mojados de un pus claro entre los labios mojados, azucarados, que lagrimean como ojos? Mi cuerpo de carne que vive, la carne que bulle y dulcemente revuelve licores, que revuelve crema, la carne que da vueltas, vueltas, vueltas, el agua dulce y azucarada de mi carne, la sangre de mi mano, me duele mi carne magullada que da vueltas, camino, camino, huyo, soy un innoble individuo de carne magullada, magullada de existencia entre estas paredes. Tengo frío, doy un paso, tengo frío, un paso, doblo a la izquierda, doblo a la izquierda, él piensa que dobla a la izquierda, loco, ¿estoy loco? Dice que tiene miedo de estar loco, la existencia, ¿ves, pequeño, en la existencia?, se detiene, el cuerpo se detiene, piensa que se detiene, ¿de dónde viene? Qué hace. Prosigue, tiene miedo, mucho miedo, innoble individuo, el deseo como bruma, el deseo, el asco, dice que está asqueado de existir, ¿está asqueado? fatigado de estar asqueado de existir. Corre. ¿Qué espera? ¿Corre para escapar, para arrojarse en el dique? Corre, el corazón, el corazón que late es una fiesta, el corazón existe, las piernas existen, el aliento existe, existen corriendo, alentando, latiendo blanda, suavemente; él se sofoca, me sofoco, dice que se sofoca; la existencia toma mis pensamientos por detrás y dulcemente los abre por detrás; me atrapan por detrás, me obligan por detrás a pensar, luego a ser algo, detrás de mí alguien que alienta en ligeras burbujas de existencia, él es burbuja de bruma de deseo, está pálido en el espejo como un muerto, Rollebon está muerto, Antoine Roquentin no está muerto, desvanecerme: dice que quisiera desvanecerse, corre, corre al hurón (por detrás) por detrás por detrás, la pequeña Lucienne asaltada por detrás, violada por la existencia por detrás, él pide gracia, le da vergüenza pedir gracia, piedad, socorro, socorro luego existo, entra en el Bar de la Marine, los pequeños espejos del pequeño burdel, está pálido en los
pequeños espejos del pequeño burdel el alto pelirrojo blando que se deja caer en el asiento, el pick-up funciona, existe, todo gira, existe el pick-up, el corazón late: girad, girad licores de la vida, girad jaleas, jarabes de mi carne, dulzuras... el pick-up:
When the mellow moon begin to bean
Every night I dream a little dream.

La voz, grave y ronca, aparece bruscamente y el mando, el mundo de las existencias, se desvanece. Una mujer de carne ha tenido esta voz, ha cantado delante de un disco, con su mejor ropa, y su voz quedaba registrada. La mujer, ¡bah!, existía como yo, como Rollebon; no tengo ganas de conocerla. Pero hay esto. No se puede decir que exista. El disco que gira existe, el aire golpeado por la voz que vibra, existe, la voz que impresionó el disco existió. Yo que escucho, existo. Todo está lleno, existencia en todas partes, densa y pesada y dulce. Pero más allá de toda esta dulzura, inaccesible, muy cercano, tan lejos, ay, joven, despiadado y sereno está ese... ese rigor.

Martes
Nada. He existido.

Jean-Paul Sartre
La náusea

jueves, 4 de febrero de 2010

1984

Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que, el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también puede controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad? [...]

El Partido os decía que negaseis la evidencia de vuestros ojos y oídos. Ésta era su orden esencial. El corazón de Winston se encogió al pensar en el enorme poder que tenía enfrente, la facilidad con que cualquier intelectual del Partido lo vencería con su dialéctica, los sutiles argumentos que él nunca podría entender y menos contestar. Y, sin embargo, era él, Winston, quien tenía razón. Los otros estaban equivocados y él no. Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra...

Con la sensación de que hablaba con O'Brien, y también de que anotaba un importante axioma, escribió:

La libertad es poder decir íibremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.

George Orwell - 1984.

miércoles, 13 de enero de 2010

El mundo de Sofía


"Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo –y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso.
Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que jamás lo llegará a conocer?

Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. [...]

Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy grande, este truco dura muchos miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su piel nacen todas las criaturas humanas. De esa manera son capaces de asombrarse por el imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran cada vez más en la piel del conejo, y allí se quedan. Están tan a gusto y tan cómodos que no se atreven a volver a los finos pelillos de la piel. Solo los filósofos emprenden ese peligroso viaje hacia los límites extremos del idioma y de la existencia. Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros se agarran fuertemente a los pelillos de la piel del conejo y gritan a todos los seres sentados cómodamente muy dentro de la suave piel del conejo, comiendo y bebiendo estupendamente:
–Damas y caballeros –dicen–. Flotamos en el vacío.
Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos.
–¡Ah, qué pesados! –dicen.
Y continúan charlando como antes:
–Dame la mantequilla. ¿Cómo va la bolsa hoy? ¿A cómo están los tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo? "

Jostein Gaarder
El mundo de Sofía

domingo, 22 de noviembre de 2009

Inconsciente

Con esta palabra podemos designar, en primer lugar, todo contenido mental que no se encuentra en la conciencia y al que el sujeto únicamente puede acceder con dificultad. Pero, en segundo lugar, este término también se usa para designar uno de los sistemas del aparato psíquico: es la parte no consciente que sólo puede ser consciente con grandes esfuerzos por parte del sujeto, y, en particular, gracias al trabajo de la terapia. En el inconsciente se encuentran los deseos, instintos y recuerdos que el sujeto reprime por resultarle inaceptables, fundamentalmente a causa de sus propias valoraciones morales; es la capa más profunda de la mente y se identifica en gran medida con el ello. Con todo, parte del super-yo también puede incluirse en el inconsciente en la medida en que no siempre el sujeto es consciente de sus propias valoraciones morales y de la actuación de dichas valoraciones en su vida psíquica y su conducta.
La mente no consciente puede dividirse en dos grandes regiones: lo no consciente pero fácilmente consciente (como los recuerdos en el sentido ordinario), y lo no consciente y difícilmente consciente por existir unas fuerzas mentales que lo impiden; para distinguir los dos tipos de mente no-consciente, Freud propone los términos "Preconsciente" o inconsciente en sentido simplemente descriptivo, e "Inconsciente" o inconsciente en sentido dinámico y más propio.
Freud concibió el inconsciente sólo como inconsciente individual, en el que se encuentran las vivencias reprimidas del sujeto individual, pero Jung supuso, además del inconsciente individual, el inconsciente colectivo, en el que habría que situar las vivencias comunes a toda la humanidad o arquetipos y que se transmiten hereditariamente.
Freud tuvo razones muy importantes para la defensa de la existencia de mente inconsciente; las principales:

- los fenómenos de hipnosis le mostraron que podemos saber algo sin saber que lo sabemos, y que podemos desear algo sin saber la auténtica razón de ese deseo;
- la referencia a una motivación inconsciente permite comprender los actos fallidos (acciones aparentemente desprovistas de sentido por ser contrarias a la intención de la persona que las realiza) y las confusiones verbales o "lapsus lingue" que ocurren en la vida cotidiana y a personas normales;
- el mundo simbólico de los mitos, novelas y en particular los sueños; el análisis dE los sueños era para Freud "el camino real" para acceder a la provincia de lo Inconsciente. Los sueños sólo se pueden entender a partir de un significado profundo, no consciente, distinto del significado explícito y superficial;
- sus estudios sobre la histeria le hicieron ver que en la mente pueden existir experiencias y motivaciones determinantes de la conducta y de la salud física sin que, por efecto de la represión, se sea conscientes de ello;
- los efectos de la terapia psicoanalítica sólo se comprenden a partir de la teoría de la represión y de la descarga de una fuerza emocional inconsciente.
Conviene también recordar dos importantes implicaciones antropológicas de la creencia en el inconsciente:
- La mente no es transparente a sí misma: para la tradición filosófica, la Razón era uno de los atributos esenciales y propios del ser humano; a partir de la filosofía de Descartes se añadía también la autoconsciencia, al punto de acabar identificando la mente con el ser consciente o poder ser consciente voluntariamente; se suele indicar que los enunciados mentalistas en primera persona son "incorregibles" en el sentido de que presentan verdades indudables ("pienso, luego existo", sería la máxima expresión de este tipo de enunciados). Frente a ese tipo de planteamientos, el psicoanálisis prima mucho más las dimensiones no racionales del psiquismo (instintos, deseos ligados al cuerpo, emociones...) y, con su defensa del inconsciente cree posible que ignoremos las reales y verdaderas causas de nuestras conductas y estados mentales. Desde la perspectiva tradicional parecía imposible tener un deseo sin ser consciente de él, o que se llegue a odiar a alguien creyendo que le amamos; el psicoanálisis declara que este tipo de "opacidad" es perfectamente posible.
- Escisión del sujeto: el psicoanálisis considera que en el interior del sujeto hay elementos opuestos, enfrentados: se puede amar y odiar a la misma persona, desear y no desear lo mismo, saber y no saber algo. Enfrentándose a la concepción tradicional del psiquismo que declara la perfecta identidad del sujeto consigo mismo, y que en las versiones más metafísicas culminará en la idea de alma, Freud parece entender la subjetividad en términos de "identidades difusas", de elementos que pugnan por dominar en el conjunto de la vida psíquica y que tienen relaciones de afinidad o competencia pero nunca de una cohesión tan completa que pueda dar lugar a una unidad en el sentido fuerte o metafísico. Es precisamente a partir de estas tesis como poco a poco la psicología ha ido cuestionando de modo cada vez más radical nociones tradicionales como la de libertad y responsabilidad moral.

Javier Echegoyen Olleta

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El malestar de la cultura


La vida humana en común sólo se torna posible cuando llega a reunirse una mayoría más poderosa que cada uno de los individuos y que se mantenga unida frente a cualquiera de éstos. El poderío de tal comunidad se enfrenta entonces, como «Derecho», con el poderío del individuo, que se tacha de «fuerza bruta». Esta substitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso decisivo hacia la cultura. Su carácter esencial reside en que los miembros de la comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el individuo aislado no reconocía semejantes restricciones. [...] El resultado final ha de ser el establecimiento de un derecho al que todos hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno a merced de la fuerza bruta.

Sigmund Freud
El malestar de la cultura

miércoles, 14 de octubre de 2009

Libertad no, salida

Temo que no se entienda bien lo que para mí significa “salida”. Empleo la palabra en su sentido más preciso y más común. Intencionadamente no digo libertad. No hablo de esa gran sensación de libertad hacia todos los ámbitos. Cuando era mono posiblemente la viví y he conocido hombres que la añoran.

En lo que a mí atañe, ni entonces ni ahora pedí libertad. Con la libertad –y esto lo digo al margen- uno se engaña demasiado entre los hombres, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los correspondientes engaños.

No, yo no quería libertad. Quería únicamente una salida: a derecha, a izquierda, adonde fuera. No aspiraba a más. Aunque la salida fuese tan solo un engaño: como mi pretensión era pequeña, el engaño no sería mayor. ¡Avanzar, avanzar! Con tal de no detenerse con los brazos en alto, apretado contra las tablas de un cajón.

Franz Kafka
Informe para una academia

martes, 12 de mayo de 2009

El espíritu libre

Desde esta aislamiento enfermizo, desde el desierto de tales años de tanteo, hay todavía un largo trecho hasta esa enorme y desbordante seguridad y salud que no puede renunciar a la enfermedad misma como medio y anzuelo del conocimiento; hasta esa libertad madura del espíritu que es igualmente autodominio y disciplina del corazón y permite el acceso a muchos y contrapuestos modos de pensar; hasta esa copiosidad y ese refinamiento internos de la sobreabundancia, que excluyen el peligro de que el espíritu, por así decir, se pierda y enamore por sus propios caminos y, embriagado, se quede sentado en cualquier rincón; hasta ese exceso de fuerzas plásticas, curativas, reproductoras y restauradoras, que es precisamente el signo de la gran salud, ese exceso que le da al espíritu el peligroso privilegio de poder vivir en la tentativa y ofrecerse a la aventura: ¡el privilegio de maestría del espíritu libre! Entretanto pueden pasar largos años de convalecencia, años llenos de multicolores mutaciones, a un tiempo dolorosas y encantadoras, dominado y llevados de la rienda por una tenaz voluntad de salud que a menudo osa ya vestirse y travestirse de salud. Hay en esto un estado intermedio, que un hombre de tal destino no recuerda luego sin emoción: le es propia una pálida y tenue luz y dicha solar, un sentimiento de libertad de pájaro, de petulancia de pájaro, algo tercero en que curiosidad y delicado desprecio se han combinado. Un -“espíritu libre”-: esta fría expresión es benéfica en este estado, casi calienta. Se vive ya no en las cadenas de amor y odio, sin sí, sin no, voluntariamente cerca, voluntariamente lejos, de preferencia esquiva, evasiva, elusivamente; presto a escapar, a remontar el vuelo; se está mal acostumbrado, como cualquiera que una vez ha visto por debajo de sí un inmensa cantidad de objetos, y se ha llegado a ser lo opuesto de los que se preocupan por cosas que no les conciernen. En realidad, en adelante al espíritu libre le conciernen exclusivamente cosas -¡y cuantas cosas!- que ya no le preocupan...

Friedrich Nietzsche
El espíritu libre