domingo, 26 de febrero de 2012

El niño de arena

Ya sé que tengo esto muy abandonado, intentaré actualizar esta semana con mis últimos descubrimientos. Este libro, por ejemplo, muy recomendable.


Había llegado a desear la amnesia, o quemar mis recuerdos unos después de otros, o bien reunirlos como un montón de madera muerta, atarlos con un hilo transparente, o mejor, envolverlos con una tela de araña, y librarme de ellos en la plaza del mercado. Venderlos por un poco de olvido, por un poco de paz y silencio. Si nadie los quisiese, abandonarlos como equipajes perdidos. Me imaginaba ponderando su riqueza, su curiosidad, su rareza, y también su extrañeza. De hecho me veía mal en ese mercado de las memorias que se dan, se intercambian y se van en polvo o en humo. Sería demasiado cómodo.
Salir, adelantar la cabeza invertida, mirar el cielo, sorprender al final de la jornada la salida de un astro, el camino de alguna estrella y no pensar más. Elegir una hora discreta, una vía secreta, una luz suave, un paisaje donde seres amantes, sin pasado, sin historia, estaría sentados como en esas miniaturas persas donde todo parece maravilloso, fuera del tiempo. ¡Ah!, si pudiese franquear este seto lleno de picas, este seto, verdadera muralla móvil que precede y me bloquea el camino, si pudiese atravesarlo a costa de algunas heridas e ir a tomar sitio en esta miniatura del siglo XI; manos de ángel me depositarían sobre esa alfombra preciosa, en silencio, sin molestar al viejo narrador, un sabio que practica el amor con gran delicadeza. Le veo ahí a punto de acariciar las caderas de una joven, feliz de darse a él, sin temor, sin violencia, con amistad y pudor...
Tantos libros se han escrito acerca de los cuerpos, los placeres, los perfumes, la ternura, la dulzura del amor entre hombre y mujer en el Islam..., libros antiguos y que nadie lee ya hoy día. ¿Dónde ha desaparecido el espíritu de esta poesía? Salir y olvidar. Ir hacia lugares retirados del tiempo. Y esperar. Antes, no esperaba nada, o más bien, mi vida estaba regulada por la estrategia del padre. Acumulaba las cosas sin tener que esperar. Hoy, voy a tener el placer de esperar. Qué importa qué o a quién. Sabré que la espera puede ser una ceremonia, un encantamiento, y que de la lejanía haré surgir un rostro o una mano; los acariciaré, sentada ante el horizonte que cambia de línea y de colores, los veré marchar, me habrán dado así el deseo de morir lentamente ante este cielo que se aleja...

El niño de arena
Tahar Ben Jelloun

No hay comentarios: